4 de Marzo de 2019 | De: DeAnna Medart
Categorías: Diagnóstico y el cuidado de la salud, Apoyo para la familia
Recientemente cambiamos a un nuevo pediatra. Él tenía experiencia con tratamientos convencionales y alternativos para el ADHD, así como apoyos nutricionales. Estábamos optimistas y listos para discutir todo lo que implicaba la experiencia de nuestro hijo.
“Veo que ya se ha mencionado el autismo” empezó el doctor, “pero no veo el diagnóstico de ADHD –déjame pongo mi información al día”
Todo muy bien, hasta ahora.
“Está tomando este medicamento? Es una dosis muy pequeña. ¿Sabe siquiera si está tomando algo?”
Pues sí, si le damos más medicamento se convertirá en un zombi.
Llevé todo lo que le dábamos a nuestro hijo –suplementos, vitaminas, medicamentos– y le ofrecí todo a este doctor que decidiría su tratamiento. Después de unos minutos, nos dijo, “necesitan ponerlo en una dieta baja en carbohidratos y doblarle el consumo de omegas.” Traté de decir, “pero con desorden de proceso sensorial…”
¡El doctor me cortó con un “Él va a comer!” Le van a dar esta opción de comida y eventualmente comerá. Puede tomar tres días…”
Empecé a mover la cabeza. “Niños con SPD no comen y pueden terminar hospitalizados…”
“Él va a comer! ¡Ve esta película en Netflix y verás que va a valer la pena la espera –no te rindas! ¡Dale pollo y queso, si es todo lo que quiere comer!”
Lo volteé a ver incrédulamente y guardé esa idea en mi archivo mental.
No se tu hijo, pero el mío, tiene ansiedad, ADHD, autismo, trastorno de oposición desafiante y un intelecto alto. No va hacer nada que no quiera. Al menos no sin antes dar una buena pelea.
La mayor parte de nuestro día se nos va tratando de lograr las cosas más simples. Cosas como lavarse los dientes, lavarse las manos y 20 minutos de trabajos escolares en escritura.
Es un milagro el día que come tres veces al día. No va a seguir mágicamente las instrucciones del doctor de la dieta baja en calorías solo porque yo insista. Este niño es el que no hace mucho tiempo atrás solo subsistió a base de galletas golfish y jugo por dos días enteros. Disculpa mi escepticismo, pero he recorrido este camino ya miles de veces.
Al final del día somos nosotros los que conocemos mejor a nuestros hijos. Podemos y debemos tratar cosas nuevas. Pero también tenemos que hacer lo que es mejor para toda la familia. Que mi hijo esté enojado todo el día porque le cambié su horario de comida no será algo bueno para ninguno de nosotros.
Además de no crear un vínculo de confianza entre el padre y el niño. Y esta confianza es la que permite que en contadas ocasiones trate cosas nuevas. A largo plazo ese es mucho más importante para nosotros.
Claro que trataremos de ofrecerle más cosas buenas que malas. Trabajaremos para que tenga una mejor dieta. Pero sé que no lograremos esto de la noche a la mañana. El progreso es eso, progresar. ¿La perfección? Imposible –lo sé, lo he intentado.
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