15 de Septiembre de 2018 | De: Becky Tarwater
Categorías: Apoyo para la familia
El verano llegó. Parece que fue ayer cuando todos empezaban el año nuevo escolar con nueva ropa, útiles y expectativas. Ahora el verano se avecina.
En el pasado batallaba mucho para encontrar la mejor guardería para el verano. Trabajaba durante junio y empezaba otra vez en agosto. Quería que mis hijos tuvieran actividades divertidas de verano y las mejores experiencias posibles.
Traté diferentes programas para los niños. Ahorrábamos todo el año para que cada niño pasara al menos una semana en un campamento. Desde campamentos de gimnasia hasta campamentos religiosos. Siempre corrimos con la suerte de encontrar programas seguros y tolerantes.
Una semana de campamento no nos brindaba todo el cuidado que nuestros hijos necesitaban. Tenía que encontrar opciones de guarderías. No todos los programas eran iguales. Nuestra escuela privada nos brindaba un programa que nos funcionó bien varios veranos.
Un verano tratamos un programa muy popular que había existido por años. Creo que era bueno para la mayoría de los niños. Pero a mi hijo, Brendan, quien tiene síndrome de Asperger, le parecía muy ruidoso, sin estructura y abrumador. Lo llegué a encontrar en una esquina escondido o bajo una escalera, tratando de alejarse del caos.
Un programa que funcionó fue “Brighton Center Inclusive Childcare” aquí en San Antonio. Brendan tuvo una experiencia maravillosa en ese lugar. Encajaba muy bien con los otros niños. Hizo muchos amigos y había mucha estructura lo cual le funcionaba a su personalidad.
Cuando mi hija estaba lo suficientemente grande para ser la niñera oficial de la familia me quitó un gran peso de encima. Brendan se sentía seguro en casa. Katelyn amaba que se le pagara y todos en la familia tenían mucho menos estrés.
Julio era otra historia. Mami estaba en casa. Pasábamos un poco de tiempo en casa. Mis hijos sentían que el verano era demasiado aburrido. El “estoy aburrido” y “no hay nada que hacer” se convirtió en su mantra. Me cansé de tanta queja. Así que se me ocurrió una idea genial. Encontré una jarra vieja, la limpié y la empecé a llenar de pequeños pedazos de papel.
Cada uno tenía una solución para dejar de estar aburrido. Algunos de los papeles tenían quehaceres, como regar las plantas, bañar al perro o lavar el carro. También agregué otras con una ida a la biblioteca, al cine, ir de compras o al parque.
Cada vez que se mencionaba la palabra “aburrido” el culpable tenía que sacar un papel del jarrito. El jarro de los aburridos fue todo un éxito…por mi parte al menos. Las frases “estoy aburrido” y “no hay nada que hacer” se fueron disminuyendo y haciendo más raras. Los niños se volvieron más creativos para encontrar cosas que los tuvieran entretenidos y mi sanidad fue restaurada.
Extraño esos días, ahora los niños ya están dispersos y los veranos son iguales que cualquier otra época del año. Me imagino esas vocecitas quejándose, que rápido se desvanecieron.
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