3 de Abril de 2018 | De: Kelly Mastin
Categorías: Apoyo para la familia
Desde que mi hija nació, desde el principio, los doctores, terapeutas y maestros me dijeron de las cosas que ella jamás podría hacer.
Dijeron que nunca rodaría cuando era bebe. Nunca entendería una palabra y nunca caminaría. Nunca comería sola.
Estos profesionales no pretendían ser crueles –ellos estaban hablando de lo que sabían, de lo que veían todos los días. Ellos estaban viendo el diagnóstico médico y haciendo sus predicciones profesionales de lo que sería el futuro de mi hija.
Pero no tenía ni un año y la conocían muy poco.
No sabían que mi hija era una guerrera. Ellos no sabían que ella trabajaría tan duro en sus terapias que en cada sesión salía empapada en sudor. No sabían el nivel de determinación que mi hija tenía. No sabían que mi hija les tenía muchas sorpresas guardadas.
No sabían de los maravillosos terapeutas que se dedicarían a mi hija. O que esos terapeutas pensarían fuera de lo convencional y la empujarían hacia nuevos niveles.
Al final, mi hija sorprendió a todos. Rodó y camino. Entiende todo lo que se le dic, en realidad, entiende todo lo que escucha. Escribe en un teclado y a mano, baila, echa porras, toca un instrumento, se ríe, nada, da abrazos, surfea la red y hace sus compras en eBay.
Como padre, existen ocasiones en las cuales es importante para mí escuchar y aprender de los profesionales que trabajan con mi hija. Pero en otras ocasiones necesito darme cuenta que no lo saben todo. Ellos no serán los que escriban la historia de mi hija.
Ella está escribiendo su propia historia y es muy buena autora.
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