Escuchar a nuestros hijos: lecciones de un brazo roto

El otro día me llamó alguien para decirme que mi hijo se había caído. La persona que llamó me dijo que mi hijo estaba intentando huir de una abeja y se había rasguñado. Le habían puesto una bolsa de hielo. Yo quería saber qué diría mi hijo cuando lo recogiera. Mi hijo es verbal, pero puede ser muy difícil seguir lo que dice. Cuando lo vi, me dijo que se había caído. Le miré el brazo y no vi ningún rasguño. No tenía moretones. Pero se agarraba el brazo de forma rara y se quejaba. 

Le dije que le pondríamos más hielo en casa. Yo esperaba que descansando mejorara. Luego, entrar y salir del coche fue difícil para él. No podía doblar el brazo.

Estaba acostado en su cuarto cuando fui a verlo unos minutos más tarde. Le costaba trabajo vestirse después de ir al baño. Tuve que ayudarlo a vestirse. Estaba claro que algo andaba mal, así que había que ir a emergencias. Me acordé del día en que se resbaló en el patio del recreo en tercero de primaria. Tuvieron que envolverlo en una manta para verle la cortadura y darle cinco puntadas. Ya sentía yo el estrés postraumático.

Cuando llegamos a emergencias, se quejaba en voz alta. “No me pondrán una inyección, ¿verdad? No tendré que llevar un cabestrillo, ¿verdad?”. Me sorprendió gratamente que todo el mundo fuera paciente con él. Aunque tuve que reformular la mayoría de las preguntas, el personal fue respetuoso y esperó sus respuestas. La gráfica de caras que mostraba los niveles de dolor fue útil porque lo habíamos practicado en el pasado.

Cuando fue a hacerse una radiografía, le trajeron un cabestrillo para que se lo pusiera. Estaba nervioso, pero dejó que se lo pusieran. Me di cuenta de que se sentía mejor. Dos horas y media después, descubrimos que tenía un hombro roto. 

Es posible que algunas personas no entiendan cómo alguien con una discapacidad afronta el dolor o el malestar. Por eso, como padres, debemos escuchar las palabras y acciones de nuestros hijos.

Ofrezco las siguientes sugerencias para cualquier padre:

1. Enseña a tu hijo la escala del dolor, 0-10 o 0-5, siendo 10 o cinco el peor dolor. Y si le preguntas a tu hijo lo que siente, créele. Esto ya lo habíamos practicado antes.
2. Ve más despacio y escucha con tu cuerpo. No le hice preguntas a mi hijo. En lugar de eso, observé sus expresiones faciales y la forma en que se sostenía.

Escuchar a mi hijo marcó la diferencia. Trata a las personas con discapacidad con dignidad y respeto. Querríamos lo mismo para nosotros.

Hay muchos más consejos útiles en la página Apoyo Familiar de este sitio web.