12 de Mayo de 2018 | De: Melissa Morphis
Categorías: Apoyo para la familia
Cada uno de mis cuatro hijos necesita cosas diferentes de mí. Mi hijo mayor le gusta pasar tiempo conmigo sentado, escuchando música o viendo una película. Mi segundo hijo necesita que ocasionalmente nos sentemos y tengamos conversaciones profundas. Pero en otras ocasiones le gusta estar en movimiento. Mi única hija le gustan los abrazos y pasar el tiempo haciendo cosas. A ninguno de los tres les molestan mis abrazos y que no deje de decirles que los amo.
Mi tercer hijo y el más pequeño, está en el espectro de autismo y es una historia completamente diferente. Recuerdo que me rompía el corazón cuando yo le decía que lo amaba y él me contestaba “Ya lo sé.” Mi esposo y yo tratábamos de pasar tiempo con él haciendo cosas que disfrutara, pero siempre terminaba haciendo berrinche.
No le gusta ir de compras o estar en lugares con mucha gente. El ruido lo molesta. No le gusta sentarse a ver películas y tiene problemas de visión. Odia que lo toquen así que los abrazos no son una opción. Sentía que estábamos tan desconectados de él y que no se sentía amado.
Fui bendecida con un consejo hermoso de una querida amiga. Estaba teniendo un día de esos de “pobre de mí.” Me miró y me dijo, “Eres una de las personas más suertudas que conozco. Tienes cuatro niños que te aman y te adoran.” Yo le dije que mi hijo no me decía que me quería ni quería mis abrazos.
Después me compartió como veía ella las cosas. Nuestro hijo siempre está cerca de nosotros y se asegura que su papá y yo no nos le perdamos de vista. También me dijo que tenía que observarlo y descubrir de qué forma me estaba diciendo que nos quería. Yo estaba esperando que expresara su amor como el resto de mis hijos, pero él es único y diferente.
Empecé a verlo y a escucharlo más de cerca y me di cuenta que su forma de demostrar su amor estaba en los pequeños gestos. Él recoge tu plato y lo pone en el fregadero y pone tus zapatos en el canasto. Te enseña las cosas de las cuales está muy orgulloso como cuando gana un premio en la escuela o en los juegos olímpicos. Ya no lo agarro y lo abrazo. En lugar de eso, me detengo y le pregunto si lo puedo abrazar y para mi sorpresa casi siempre deja que lo haga.
En el primer día de escuela se estaba bajando del carro y se detuvo en mi puerta. Le pregunté que necesitaba y me dijo “un abrazo” rápidamente brinqué del carro, esto me dejó con sonrisa el resto del día. ¡Sucede que era yo la que necesitaba el abrazo!
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