15 de Septiembre de 2023 | De: Becky Tarwater
Categorías: Apoyo para la familia
Nuestra primera experiencia con la tecnología moderna fue la primera computadora de nuestro hijo mayor. Él tenía una discapacidad profunda. Su mundo se hizo más amplio al usar esa primera computadora. Fue la herramienta que le dio voz. Por primera vez fue capaz de hacernos saber sus deseos y necesidades. Cada pocos meses se producía una actualización tecnológica cada vez mejor.
A lo largo de los años, hemos visto cómo los dispositivos han ido cambiando y creando posibilidades. Pasamos de teléfonos fijos a teléfonos móviles mucho más avanzados que los procesadores de texto de primera generación.
Nuestra familia tiene muchos dispositivos en casa que usamos para comunicarnos. Entre los tres, tenemos tres computadoras, tres iPhones y un iPad. Con toda esta tecnología podría pensarse que el nivel de comunicación en nuestro hogar sería estupendo, pero no es así. A medida que la tecnología ha ido progresando, nuestra capacidad para comunicarnos eficazmente en realidad parece haber disminuido.
En lugar de hablar cara a cara, parece que dependemos más de los aparatos para compartir pensamientos y sentimientos. Los mensajes de texto tienen su lugar, pero no son la mejor forma de comunicarse. Se puede perder tanto significado cuando no nos comunicamos cara a cara. Leí en alguna parte que las palabras solo representan alrededor del 10% de nuestra comunicación, lo que significa que nos estamos perdiendo el 90% de lo que hay que comunicar.
Antes de que tuviéramos celulares, nuestra familia pasaba el tiempo compartiendo las comidas y hablando. La charla en la mesa empezaba con el tema "tres cosas buenas que pasaron hoy". Nos permitía saber más sobre la vida de cada uno. La mayoría de las veces hablábamos de cosas sencillas.
Salíamos y pasábamos tiempo jugando al basquetbol. Teníamos una noche de juegos de mesa en familia. Nos conocíamos bien. Ahora las cosas son diferentes. En lugar de entrar en la habitación de al lado para preguntar sobre algo, es más probable que enviemos un mensaje de texto. "¿Dónde estás?", "Oye, ven aquí" y "La cena está lista". ¡Nuestra casa ni siquiera es tan grande! Todos los miembros de la familia envían mensajes de texto.
Nuestro hijo menor, que padece autismo, parece estar perdiendo sus habilidades de comunicación, que tanto le ha costado adquirir. Los mensajes de texto le permiten mantenerse en contacto hasta cierto punto, pero cada vez le resulta más difícil mantener una conversación, al menos con nosotros. Puede responder "sí" y "no" a las preguntas, pero parece haber perdido la práctica con las conversaciones en las que hay que "dar y recibir". Hay trabajo por hacer.
A medida que la tecnología sigue avanzando, ofrece tanto posibilidades emocionantes como retos inevitables. Procederemos con cautela y animaremos a nuestra generación más joven a dejar a un lado sus dispositivos de vez en cuando.
A pesar de los desafíos, la tecnología puede facilitar la búsqueda de una comunidad y la conexión con otros padres.
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Una de mis frases favoritas es, “hay dos regalos que debemos dar a nuestros hijos: uno son las raíces y el otro las alas". Como madre, no podría estar más de acuerdo. Nuestros hijos necesitan raíces para crecer y alas para elevarse.
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