¡Ay, un Ratón!

Recientemente mi hijo de 16 años fue evaluado para recibir terapia recreacional. El terapeuta vino a nuestra casa a hacerle la evaluación. Tuvimos una muy buena plática mientras contestábamos las preguntas usuales acerca de nuestro hijo. Después mi hijo se fue a la sala para ver la televisión.

Podía ver al terapeuta viéndolo. Tenía una mirada curiosa en su cara. Después pregunto algo extraño: ¿Tienen mascotas?

Le conteste, “Sí, tenemos un perro fuera de la casa, eso es todo aparte del pez.” Volteé a ver a Jac pues notaba que toda su atención estaba enfocada en él. Jac, quien estaba en el piso, se paró y camino hacia mí con una extraña sonrisa en su cara.

Mientras caminaba, para mí fue como si todo estuviera en cámara lenta.

De repente, empecé a identificar las palabras que estaban saliendo de su boca. “¡Ratón!”

Empecé a gritarle a mi esposo. ¡El corrió y exclamo, “Jac suéltalo!”

Jac soltó al ratón y nos dimos cuenta que todavía estaba vivo. Empecé a gritar, ahora más fuerte. Mi esposo calmadamente lo agarro de la cola y lo aventó hacia afuera.

Trate de convencer al pobre terapeuta de que nunca habíamos tenido un ratón en la casa. Ni uno en 12 años. Le expliqué que habíamos fumigado la casa cuatro días antes que probablemente el ratón andaba mareado por haber consumido el veneno para ratas. Todo lo que podía pensar mientras se iba el terapeuta era: “ahora seremos conocidos como la familia ratón.”

Y Jac, el niño con problemas sensoriales al cual no le gustaba acariciar animales, estaba muy orgulloso de lo que había encontrado. Nos hizo reír mucho cuando exclamaba, “Yo agarré el ratón”.

¡Claro que si Jac, tú lo hiciste!

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