29 de Diciembre de 2020 | De: Becky Tarwater
Categorías: Diagnóstico y el cuidado de la salud
Hace un tiempo me pegó una enfermedad misteriosa.
No tenía fiebre, pero estaba tan cansada que solo tenía energía para tomar una ducha rápida y luego volver a la cama. Me dolía tanto la garganta que se me dificultaba tragar. Tuve una terrible tos que eventualmente se convirtió en bronquitis. Fui al médico y me recetó antibióticos.
Tras un par de días de tomar los medicamentos, empecé a sentirme mejor. Pero solo por un día. La tos no desapareció. Me despertaba constantemente al querer dormir. Me quedaba en la cama o en el sofá, tratando de ayudar a mi cuerpo a sanar. Descansar casi todo el tiempo, beber líquidos e incluso tomar remedios calientes no ayudaba.
Aunque trabajo desde casa, no podía concentrarme lo suficiente para terminar mis actividades del trabajo. Después de una ronda de medicamentos de dos semanas, no había mejorado. Así que volví al médico y comencé otra ronda de antibióticos. Lo que esperaba que durara una o dos semanas terminó por alejarme de mi vida cotidiana durante casi dos meses.
Normalmente soy una persona ocupada. Trabajo, presido comités, hago labores de voluntariado, me ocupo de mi jardín y atiendo mi casa. Llevo a mi hijo a sus citas varias veces a la semana. Rara vez estoy quieta, incluso cuando debería. Así que, por primera vez, cancelé todas las citas, dejé de cocinar y limpiar y le delegué todas mis responsabilidades a mi esposo.
Cancelé mi cumpleaños (¡de verdad!), nuestro aniversario, el club de lectura y todos los demás compromisos sociales. No planté nada en el jardín. Pospuse una cena que había estado planeando con meses de anticipación. Pasé varias semanas sentada en casa sin hacer nada, y lo digo de verdad: ¡nada! ¡Y no me sentí culpable! Después de 6 semanas de contratiempos y de un aislamiento casi total, empecé a sentirme mejor. Pude hacer algunas citas de trabajo y me atreví a salir un poco, a ayudar a transportar a mi hijo. Todavía tenía una tos terrible, así que no reanudé aún mi vida normal.
Aprendí varias lecciones importantes durante mi corta “jubilación” de mi vida normal. Primero, aprendí que está bien tomarnos el tiempo que necesitemos para dejar de cumplir con los deberes e incluso con las reuniones de placer cuando la salud está en juego. Aprendí que la familia, los amigos y los colegas pueden hacer (y harán) un doble esfuerzo para cubrirnos cuando sea necesario. También aprendí que el tiempo libre ayuda a despejar la mente y a concentrarnos solo en lo que en verdad importa. Finalmente, aprendí que cuidar de uno mismo y tomarse ese tiempo tan importante para sanar puede regresarnos a tener una buena salud.
Nota para el lector: Este artículo fue escrito cuando empezaba la pandemia de COVID-19. Afortunadamente, nos hemos enterado de que la autora dio negativo al virus.
El autocuidado es una de las cosas más importantes que podemos hacer.
Cepillarle los dientes a tu hijo desde una edad temprana puede mantenerlo saludable y con dientes fuertes. Los niños con discapacidades a menudo necesitan ayuda adicional con la higiene bucal.
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